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martes, 17 de abril de 2012

Pequeña reseña del comienzo del Cine



Cuando los hermanos Lumière trabajaban en el diseño de su cinematógrafo, la mayoría de los problemas técnicos que comportaba la filmación y exhibición de películas ya estaba resuelto. Sin necesidad de bucear en invenciones menos conocidas, es sabido que el kinetoscopio del estadounidense Thomas Alva Edison, permitía ya por esa época el visionado de imágenes en movimiento. Los inventores franceses diseñaron un sistema que permitía la proyección de películas en grandes espacios, dando lugar a los primeros pasos para la creación de las modernas salas de cine, a las que cientos de miles de personas en todo el mundo acuden hoy a diario para admirar los filmes de sus actores y directores fravoritos. 


Aunque se toma como fecha de nacimiento del cine el 28 de diciembre de 1895, cuando los hermanos Louis y Auguste Lumière ofrecen la primera exhibición pública de su cinematógrafo, se sabe que en esas fechas otros muchos pioneros estaban proyectando imágenes por otros sistemas, buscando el mismo objetivo. Los precursores fueron fotógrafos que disponían de una mínima infraestructura para poder procesar sus imágenes en los laboratorios. 


Para hacerse una idea de la impresión recibida por el público, es preciso situarse en ese mundo hace más de un siglo, en el que no existía la imagen en movimiento. Grabados, cuadros, forografías: reproducir el mundo significaba detenerlo, convertirlo en algo inmóvil, en un recuerdo de un gesto. La estampa otoñal de una calle, un grupo familiar frente a un plácido jardín burgués, un vacío atardecer de estío al borde del mar. El nacimiento de la fotografía había constituído una verdadera revolución para los ojos de la humanidad.


El 28 de diciembre de 1895, los hermanos Lumière dieron un paso más. En aquella lujosa avenida de la capital francesa se concentraba un pequeño grupo de gente ante la puerta de un local, en que se anunciaba una presentación de un nuevo invento. Cuando se sentaron en la sala, se apagaron las luces. Algo ronroneó en el silencio y apareció una imagen en la tela. Una proyección. La vacilante imagen de una estación de tren. De repente, ante los ojos atónitos del público, todas las figuras que poblaban la estación, no solamente temblaban en la blancura de la pantalla, sino que también se movían. Del fondo de la imagen surgió una locomotora avanzando lentamente. La impresión de realidad de aquellas breves imágenes había sido tan fuerte que salieron del local presos de una nueva excitación: habían asistido al nacimiento de un espectáculo singular que no ha dejado de fascinar a sus seguidores desde el mismo día de su nacimiento. 


Las primeras películas de los Lumière (La llegada del tren a la estación, La salida de los obreros de la fábrica Lumière, Juego de cartas, El desayuno con el bebé, etc), tenían una duración muy breve (menos de un minuto) y una gran simplicidad formal: una toma desde un solo punto de vista servía para despertar el interés  y la fantasía de la audiencia. Pronto se comenzó a enviar a los operadores a los lugares remotos del mundo, para captar realidades poco habituales a los ojos del público. Escenarios exóticos, gentes lejana, acontecimientos de la vida política o social, o escenas deportivas: pequeños documentales en movimiento que cumplían parecida misión que la imagen fotográfica, pero con mayor espectacularidad.








El primero en darse cuenta que el cine no solo servía para captar la realidad fue Georges Méliès, que había sido uno de los primeros espectadores de la proyección de los dos hermanos. Según la leyenda se dirigió rápidamente a los dos hermanos Lumière para comprarles uno de sus aparatos tomavistas. Al parecer, éstos intentaron disuadirlo, porque estaban convencidos de que la moda de los documentales en movimiento sería efímera y que pasaría tan pronto como se agotara la capacidad de sorpresa de sorpresa del público.


Sin embargo, Méliès no desistió de su empeño. Construyó su propia cámara y empezó a rodar. Mientras filmaba en la Place de l'Opera de París, su cámara se quedó bloqueada durante más de un minuto. Transcurrido ese lapso de tiempo, las personas  y los vehículos que llenaban dicha plaza habían cambiado de posición. Había nacido en aquel momento el truncaje cinematográfico, y con él la inmensa capacidad de hacer soñar al espectador.


Méliès aplicó pronto las propiedades ilusionistas y evocadoras del trucaje para crear pequeños fragmentos de ficciones imaginarias, pobladas de seres imposibles, con extravagantes decorados pintados a mano en los que se desarrollaban situaciones totalmente irreales. Recreó también con actores teatrales, noticias de la actualidad que parodiaban la seriedad de los documentales cinematográficos de su tiempo, introduciendo la ficción en el corazón de aquel invento que hasta entonces tan apegado había estado a la realidad. Películas como Salvamento en un incendio , o el primer western, Asalto y robo en un tren (1903), introducen importantes innovaciones, como las acciones paralelas, el primer plano y el suspenso, que permitían crear líneas narrativas más largas en las que la acción se trasladaba de una escena a la otra.


En el resto del mundo, las primeras imágenes que se exhiben a partir de 1895 son las procedentes de la factoría de los Lumière. En cada país, los representantes de la firma ruedan breves filmes de asuntos comerciales, y acontecimientos sin importancia, lo que permite disponer de imágenes autóctonas para programar en las salas locales con el fin de interesar al público por el nuevo espectáculo.








Entre 1895 y 1902 el pesimismo de los Luimière con respecto al cine como negocio fue contrarrestado por la producción de Méliès y Edison, quien quiso controlar, desde el primer instante, el negocio del cine como si fuera patente suya. Su tenaz empeño por reclamar ls derechos sobre sus patentes le condujo durante años al juzgado para supervisar los varios centenares de denuncias contra aquellos que deseaban usurpar sus derechos. Esta primera guerra finalizó en 1908 con la creación de la Motion Pictures Patents Company, dirigida por el mismísimo Edison.


Durante los primeros años se diseñaron los pilares de la industria del cine en todo el mundo. El sector de producción se consolidó a partir de algunas empresas que serían motores indiscutibles de negocios durante aquellos años: hablar de l firma francesa Pathe y Gaumont, de la danesa Nordisk Film y de la norteamericana ya mencionada significa hablar de calidad y éxito. El sector de producción comenzó a fragmentarse: por un lado, muchos empresarios continuaban con sus programas ambulantes, mientras que en las grandes ciudades los barracones dieron paso, entre 1903 y 1906 a las salas estables y a los primeros coliseos. Las películas eran más largas y las productoras no podían hacerse cargo de la comercialización: nacen, en ese instante, los primeros intermediarios.


En el seno de las principales productoras comenzó a surgir un plantel de directores, operadores y directores y actores, generando una corriente profesional que se iría ampliando a medida que las películas se iban complicando. Junto a Edwin S. Porter y los franceses Ferdinand Zecca y Louis Feuillade, en todos los países fueron numerosos los directores que llegaron al cine por casualidad, y que maduraron sobre su propio aprendizaje. Se comienza a hablar, ya en ese entonces, del cine como Séptimo Arte, surgen las primeras estrellas de la pantalla, se desarrolla la promoción, se consolida el lenguaje cinematográfico y se impone el formato de largometraje como medida estandar para las películas.


En Europa el cine busca espectacularidad en sus historias (Los últimos días de Pompeya, 1907), y se ruedan fantuosas epopeyas clásicas (Cuo Vadis, 1913). El cine francés vuelve su mirada sobre la calidad de los textos de los grandes autores y la interpretación de sus actores más destacados. En este mismo sentido se mueve el cine español, sustentando su producción en las comedias y los dramas de gran tradición literaria, sorprendiendo que en una cinematografía con escasos recursos económicos, que temáticamente se miraba a si misma, tuviera el coraje de participar en La vida de Cristóbal Colón y su descubrimiento de América (1916), una coproducción con Francia con presupuesto desmedido. 








Hacia 1915 queda superada la etapa pionera de cine y se entraba de lleno en otra más creativa e industrial, que desarrollaría los aspectos fundamentales del cine como arte y como entretenimiento. Lo que en principio fue un trabajo intuitivo de esfuerzos individuales se convertiría desde ese momento en un empeño empresarial  en el que los intereses comerciales tendrían el papel protagónico que cabría esperar en un negocio que iba creciendo.


Los años que van de 1915 a 1927, desde El nacimiento de una nación (D. W. Griffith) hasta El cantor de jazz, la primera película hablada, constituyen un período extraordinariamente fructífero  y decisivo para la historia del cine. En Estados Unidos surgen los western de Thomas Harper Ince, el cine cómico de Mack Sennet con sus tartas voladoras, las grandes epopeyas de Cecil B. de Mille, las inolvidables figuras de Harold Lloyd y Charlot, y uno de los maestros de la cinematografía mundial D. W. Griffith. Secuencias, acciones paralelas, variedad de planos, utilización de la luz con efectos dramáticos..., Griffith recoge los descubrimientos anteriores y crea un lenguaje que supone el comienzo de una nueva etapa, la del cine como espectáculo.


Simultáneamente el cine se convierte en uno de los medios de expresión artística más cultivados por la vanguardia artística europea. En Alemania la escuela expresionista crea una cinematografía totalmente alejada del realismo del cine americano, con obras de temática fantástica y un lenguaje visual muy particular, marcado por una escenografía extraña (ángulos y planos, paredes inclinadas e insólitas arquitecturas), una gestualidad y maquillajes exagerados y violentos contrastes de iluminación se encuentran en El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wienne (1919), y en la obra alemana de dos grandes directores, F. W. Murnau con Nosferatu, el vampiro (1922) y Fritz Lang con Los nibelungos (1923-1924) y Metrópolis (1926). 


Con el estreno de El cantor de jazz de Alan Crossland (6 de octubre de 1927) se inici la era sonora en el cine. Esta película cantada dejó al público bocabierto y provocó una revolución en los modos expresivos cinematográficos; los actores debieron aprender a hablar correctamente, y una grave crisis cayó sobre las figuras del cine mudo. Griffith, Von Stroheim, Keaton y Chaplin, entre otros, firmaron escritos denunciando el nuevo sistema. Pronto, sin embargo, comprendieron que no podían oponerse al progreso: Charles Chaplin y Sergei Esisenstein realizarían películas sonoras, mientras que Keaton y Von Stroheim se pasaron a la interpretación. A esta primera gran revolución seguirían la aparición del color, el cinemascope y la separación del micrófono de la cámara tomavistas (lo que permitiría recomponer en el estudio un sonido distinto al de la filmación), que sentarían las bases del cine de nuestro tiempo. 





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