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miércoles, 18 de septiembre de 2013

William Shakespeare y sus obras en el cine



Los clásicos como el agua toman la forma de los vasos que la contienen. Si alguna duda nos quedara que fondo y forma son lo mismo en la obra de arte, de que una idea es la manera como está formulada, bastaría ver las películas sobre temas homéricos para convencernos, pues una mala forma puede reducir al ridículo las intenciones más sublimes. 

El empeño en convertir  los clásicos en películas es a menudo una especie de hazaña alpinística que se fijan los productores para obtener, con ella, más categoría. Cuando se filma un clásico por verdadero amor, no es raro que el maridaje termine en violación o que el asunto quede en una serie de lujosas estampas, o en una obra excelente, pero gracias a sus valores propios y no exactamente por el parentesco con el texto.

En el caso de Shakespeare, la distancia para mudarlo de un medio a otro es mucho menor en apariencia. Teatro y cine son artes dramáticas y su modo de expresión son las acciones, las tramas, el ordenamiento de acciones. El que en un caso las contemplemos directamente sobre un foro y en el otro fotografiadas y proyectadas, no es lo verdaderamente distinto, lo son las diferencias estructurales que esto provoca y las originadas de que en el teatro lo más enfáticamente expresivo tiende a ser verbal y visual en el cine.

La estructura cinematográfica está condicionada por la posibilidad de ver todo en el momento que queramos. Nuestro punto de observación puede ser también en movimiento: un tren en marcha, un caballo, un aeroplano, nuestro propio andar. La cámara tiene la misma libertad que el novelista, salvo que no narra. La cámara es dramática y nos entrega con actualidad las acciones mismas. El teatro, por su lado es reticente, mucho tardó en tener muertes en escena y más aun torturas físicas. En el cine, cuando la pantalla no se atreve a mostrarnos algo directamente es por pudor o por miedo a la censura, sin embargo, estará presente en el lugar de los hechos, aunque sea viendo para otro lado, o se irá unos segundos antes de que ocurran, mínimas serán las imágenes que nos deje sin elaborar.




Aunque en plena época isabelina el gran poeta y dramaturgo inglés no pudiera ni siquiera sospechar el nacimiento de un nuevo arte como el cine, la producción dramática de Shakespeare se iba a convertir en una fuente inagotable para el séptimo arte, que, prácticamente desde los últimos años del siglo XIX, ha estando transformando las obras de Shakespeare en películas, creando un estrecho lazo entre el teatro y el cine, dos formas de representación tan próximas entre sí como íntimamente distintas, aunque compartan un elemento fundamental como la puesta en escena.

Las tres primeras referencias conservadas en películas basadas en obras de Shakespeare son King John (1899), Le duel d'Hamlet (1900) y Romeo y Julieta (1900). Desde aquel teatro filmado no han cesado en producirse y estrenarse largometrajes basados en su producción dramática. 

Son muchos los directores que han llevado a la pantalla alguna obra de Shakespeare, pero hay un reducido grupo de realizadores que ha destacado por centrar buena parte de su filmografía en el dramaturgo inglés. Además de Kennth Branagh y Laurence Olivier, los más prolíficos desde Orson Welles. Los tres proceden del mundo del teatro, mientras que los dos primeros del gran teatro clásico inglés y el último del Mercury Theatre fundado en conjunto con John Houseman.  A esta lista se podría añadir el nombre del director florentino Franco Zefirelli, quien procedía directamente del mundo de los montajes operísticos. 

Entre los realizadores que adaptaron obras de Shakespeare al cine, podemos menocionar a William Bieterle y Max Reinhard (Sueño de una noche de verano, 1935), George Cukor (Romeo y Julieta, 1936), Robnert L. Mankiewicz (Julio César, 1953), Renato Castellani (Romeo y Julieta, 1954), Jerome Robbins y Robert Wise (West Side Story, 1961), Paul Makursky (Tempestad, 1982), Akira Kurosawa (Ran, 1985, basada en El Rey Lear), Richard Locraine (Ricardo III, 1995), Oliver Parker (Otelo, 1995), Jocely Moorhouse (Heredarás la tierra basada en El Rey Lear), Michael Hoffman (Sueño de una Noche de Verano, 1999), Julie Taymore (Titus, 1999, The Tempest, 2010), Lutz Luhrmann (Romeo+Julieta, 2000), Michael Almereyda (Hamlet, 2000) y Michael Radford (El Mercader de Venecia, 2004).




La relación de Laurence Olivier con el teatro de Shakespeare provenía de antaño, de las tablas de los escenarios. No es de extrañar que tres de las cinco películas que dirigió y protagonizó tuvieron como motivo argumental una pieza de Shakespeare: Enrique V, 1944, Hamlet, 1948 y Ricardo III, 1955. De las tres la primera le abrió el camino a Hollywood y le valió un Oscar honorífico, pero fue la segunda la que lo convirtió en una auténtica estrella y marcó la pauta para futuras transposiciones de la obra sobre el príncipe de Dinamarca. Recreó un Hamlet con claros tintes edípticos, con lo que enlazaba la tragedia isabelina con la tragedia clásica sofoclea.

En el mismo año en que Oliver estrena Hamlet, Orson Welles se atreve con Machbeth (1948) que, sin embargo, le prepararía el terreno para una larga lista de adaptaciones shakesperianas, entre las que se destaca The Tragedy of Othello, The Moore of Venice (La tragedia de Otelo el moro de Venecia, 1952) y una adaptación de El Mercader de Venecia (1969). Su gran aportación a la filmografía sobre Shakespeare será la producción hispano-suiza Campanadas a medianoche (Falstaff, 1965), transposición cinematográfica de parte del espectáculo teatral Five Kings que toma situaciones, personajes y diálogos de cuatro obras distintas, Enrique IV, Enrique V, Ricardo III y Las Alegres Comadres de Windsor.

En cuanto a Zefirelli sorprendió al público con su adaptación de La fierecilla domada (1967), que contaba con Elizabeth Taylor y Richard Burton en los papeles principales. Un año después estrenó una edulcorada versión de Romeo y Julieta, que convirtió a Olivia Hussey en un mito erótico y contaba con una inolvidable partitura de Nino Rota. También se encargó de dos de las óperas de Verdi basadas en obras de Shakespeare, Otello (1976 y 1986) y Falstaff (1993), sin olvidar de mencionar su versión de Hamlet titulada, Hamlet, el honor de la venganza (1990), una película que trataba de ceñirse a la época y a la ambientación concebidas originalmente por el escritor británico.



A finales de los ochenta y principios de los noventa, Keneth Branagh se convirtió casi en la reencarnación de Laurence Olivier. En el mismo año del fallecimiento de aquel (1989), Branagh estrenaba Enrique V, un drama histórico sobre la batalla de Agincourt. Años más tarde se atrevería con Hamlet, la auténtica joya de la corona de quienes llevan a Shakespeare a la pantalla, pero antes escribió, dirigió y protagonizó Mucho ruido y pocas nueces (1993), y En lo más crudo del crudo invierno (1995), esta última sobre el montaje de Hamlet que lleva a cabo una compañía de actores aficionados. Además asumió el papel de Yago en la versión de Otelo realizada por Oliver Parker. Su versión de Hamlet (1996) traslada la acción desde la Edad Media a una Dinamarca que recuerda mucho a la Rusia zarista o al Imperio Austrohúngaro de finales del siglo XIX. Regresó en el 2000 con el musical Trabajos de amor perdidos, y en la comedia Como gustéis (2006), con críticas bastante discretas.

Hamlet y Romeo y Julieta son las dos obras más adaptadas de Shakespeare, seguida muy de lejos por El Rey Lear. Estas obras son también las que sufrieron más relecturas contemporáneas. West Side Story también fue una actualización de Romeo y Julieta. Michael Almereyda, por su parte, ponía a Ethan Hawke en la piel de un Hamlet que, para descubrir el crimen de su tío Claudio, realizaba un montaje audiovisual en vez de representar una obra teatral. Otras dos versiones modernas basadas ambas en la trágica historia de los amantes de Versona son Romeo+Julieta (1996) de Lutz Luhrmann y Romeo debe morir (2000) de Andrzej Barthkoviak.

Las obras de William Shakespeare se han convertido en fuentes inagotables de largometrajes más diversos. Existen algunas películas que, si bien son dispares entre sí, están unidas por Shakespeare, como ser Hamlet 2, (2008), una comedia estudiantil dirigida por Andrew Fleming, que trata de un profesor de teatro que quiere montar una secuela de la inmortal obra de Shakespeare. Looking for Richard (1996), por su parte, es un documental, dirigida por Al Pacino en ella el actor presenta su investigación sobre el personaje de Ricardo III, sin olvidarnos de Shakespeare  enamorado (1998), una deliciosa comedia llena de guiños y anacronismos deliberados que presenta a William Shakespeare en pleno proceso creativo de Romeo Y Julieta. Como lo afirma el empresario teatral Philip Henslowe en Shakespeare enamorado "Todo va a salir bien" y al ser preguntado como puede estar tan seguro él, simplemente contesta: "No lo se. Es un misterio", al igual que lo son el cine y el teatro unidos por la genialidad de las obras de Shakespeare.







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